Escrito en Madrid el 6 de marzo de 2017
Han pasado ya varias semanas de la vuelta a España y de la
finalización de nuestra campaña antártica de este año. El trabajo se ha
realizado con éxito, hemos conseguido valiosos datos que nos permitirán conocer
mejor el comportamiento de los pingüinos en el mar, que factores influyen y
como explotan el medio marino en la Antártida.
Faltaba en este blog, contar el viaje de vuelta que por esas
felices circunstancias que se suelen dar en la Antártida, nos ha permitido navegar
en otro buque diferente del que lo hicimos a la ida y además por una ruta
diferente, dándonos la ocasión de disfrutar de nuevos y fantásticos paisajes.
Dejamos pues el lugar que había sido nuestro hogar en las
últimas semanas, la isla Decepción y la base antártica española Gabriel de
Castilla. La dejamos con la sensación enfrentada por un lado de alegría al volver
a casa con nuestras familias y por otra la tristeza de abandonar esas tierras
donde hemos disfrutado de grandes momentos y donde dejamos grandes compañeros y
amigos con los que hemos estado compartiendo el intenso día a día de la
actividad antártica.
El embarque en esta ocasión se realizó en el buque Hespérides, buque insignia del programa polar español y operado por la Armada Española con la gestión científica del CSIC. La travesía del Paso del Drake o Mar de Hoces tuvo lo que tiene que tener para poder contar a la vuelta, momentos de navegación con olas de hasta 7 metros en medio de un mar embravecido pero también momentos de una navegación tranquila que permitía disfrutar del paisaje marino y sobre todo de los dueños y señores de estos ambientes, las aves marinas.
Después de dos días en los que el único paisaje a la vista era la inmensidad del océano avistamos tierra, el temido Cabo de Hornos, unido a lo largo de los tiempos a la historia de naufragios y penalidades.
El destino final era Punta Arenas y esto nos
dio la ocasión de realizar una maravillosa navegación por el interior de los
canales patagónicos, a través de los cuales pudimos ver los restos de
naufragios pretéritos que nos recordaban machaconamente la dificultad de
navegar en esas regiones.
También nos permitió disfrutar de buena parte de la
fauna marina de la zona como delfines que se acercaban al barco para cruzarse
grácilmente por delante de la proa y también de alguna ballena jorobada.
El aspecto de esta región de la tierra es realmente
inhóspito y uno puede imaginarse fácilmente las dificultades a las que se
enfrentaban los nativos que las habitaban, etnias como los Yamanas o los
Selknam también llamados Onas, que vivian en el límite de la supervivencia. Pero
también los primeros europeos que avistaban esas costas, Fernando de
Magallanes, Sarmiento de Gamboa… nombres
míticos de la exploración a las que podemos añadir Fitz Roy y su barco el
Beagle que da nombre al primer canal que se encuentra a la llegada al
continente americano desde el Océano Atlántico y en el que un joven Charles
Darwin daba la vuelta al mundo como naturalista recopilando observaciones y
datos cruciales para la historia de la humanidad.
Maqueta del HMS Beagle en el Museo Naval de Punta Arenas
Un laberíntico conjunto de
fiordos, bahías, islas y montañas muchas de las cuales probablemente no hayan
sido siquiera pisadas nunca por nadie. Glaciares que se derraman directamente al mar
o que terminan en profusas cascadas mostrando las cicatrices recientes de un
pasado en el que el hielo era el principal protagonista.
He tenido la suerte de hacer esta navegación en varias ocasiones y es siempre impresionante, hacerla de vuelta es una excelente culminación de la campaña antártica y un regalo para el espíritu después una vez terminado el trabajo y conseguido los objetivos.
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